En torno a la palabra violencia circulan tantos intereses, y tan bastardos, que de vez en cuando conviene reflexionar sobre su significado. ¿Es violencia, por ejemplo, que el precio de la electricidad dependa de una subasta? Si tenemos en cuenta que este invierno muchas familias están pasando frío porque no pueden pagar el recibo de la luz, quizá ese tráfico de vatios constituya una forma de violencia atroz, aunque se ejerza desde detrás de una mesa de caoba, oliendo a Armani y con un sello de oro en el dedo anular. Ahora mismo hay muchos bebés amoratados, con bronquitis, muchos bebés y muchos ancianos pasando un frío espantoso debido a los movimientos especulativos de empresas que actúan prácticamente en régimen de monopolio. Esta clase de violencia criminal no está incluida en la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, pero hace mucho daño, a veces mata. Nos escandaliza sin embargo más un contenedor de basura chamuscado. En estos momentos, hay en las cárceles o en las comisarías chicos y chicas detenidos porque sí, por reclamar lo evidente o porque pasaban por allí.
Bueno, en el espacio de una columna cabe lo que cabe, pero sobran ejemplos de violencia institucional. La del precio del gas, sin ir más lejos. También es violencia, creemos, robar el dinero a los contribuyentes para entregárselo a los bancos. O amnistiar a los grandes defraudadores. Un caso de violencia sin límites es la biografía reciente de Blesa, que mientras hundía Caja Madrid se subía el sueldo y estafaba a los pequeños ahorradores, y daba órdenes obscenas desde su Ferrari y sus yates, todo ello sin dejar de matar mamíferos de 400 quilos con su rifle de diez mil euros, obsequio de la casa. Al ministro del Interior le conmueve ver un escaparate roto, pero un escaparate roto, amigos, es una gilipollez comparado con un correo electrónico de Aznar.
¿Por qué una persona, a partir de
los 50 años de edad, no tiene posibilidad, si está en el paro, de encontrar un
trabajo? Y en el caso de ser afortunado y tener trabajo, es viejo para
promocionarse, viejo para que lo valoren, viejo para una mejora salarial; pero
no se es viejo para trabajar más horas, para tener movilidad, para asumir
responsabilidades, para adaptarse a nuevos métodos y tecnologías, para afrontar
nuevos retos...
Y
nuestras nuevas generaciones, muy preparadas, siguen incrementando las listas
del paro o teniendo que salir de nuestro país para poder trabajar; y el que
tiene la “suerte” de tener trabajo aquí, lo es con un salario bajo y los más
afortunados con ayuda de sus padres, si pueden. Nos vendría bien un momento de
reflexión, de sentido común y de sensatez, que falta va haciendo. Se ha
rescatado la economía, según dicen, pero nos están obligando a perder la
dignidad.
Me da vergüenza cada día que
me levanto enterarme de que ha habido nuevos casos de corrupción. Los medios de
comunicación hacen una gran labor para sacar a la luz algunos de ellos, porque
me figuro que otros seguirán ocultos. Pero más vergüenza me da tener un
Gobierno que nada hace por cortar esta sangría o inmundicia y una oposición que
mira también para otro lado, señal de que todos pueden tener algo que callar. Y
así, día a día, me encuentro en un país al que no le veo solución con políticas
de este tipo. Porque deberían ser ellos, los políticos, los que sacaran por las
orejas de su partido a todos los simplemente sospechosos, y su actitud es
defenderlos. Hay casos esperpénticos. Y, obviamente, una total impunidad. Y
gente que aún aplaude a “sus corruptos”
España está en crisis por falta
de meritocracia. Al igual que en el deporte donde destacamos a nivel mundial,
se debe alentar la meritocracia a nivel político y empresarial. Solo la
eliminación del amiguismo y de la elección a dedo, en todos los órdenes de la
empresa y la política, para quedarse así con el más capaz y mejor preparado
puede sacar a nuestro sufrido país de la crisis en que está perdido. Y es que
en la sociedad española han coexistido los dos platillos de la balanza:
meritocracia y amiguismo. Pero en el momento actual ha degenerado tanto el
amiguismo que tapa peligrosamente el buen hacer de los méritos españoles hasta
el punto de la desastrosa gestión política, que no invierte suficientemente en
educación ni en investigación, da la impresión de retrotraer a España
culturalmente a los tiempos preconstitucionales, cumpliendo así el sueño de la
ultraderecha española.
Solo un
cambio radical exigido y demandado por la sociedad española puede desviar esta
tendencia para que la meritocracia reine en lugar del puro amiguismo.
Los bueyes doblan la frente
impotentemente mansa delante de los castigos; los leones la levantan y al mismo
tiempo castigan con su clamorosa zarpa”, escribió Miguel Hernández cuando el
levantamiento del general Franco contra el legítimo Gobierno de la República.
Hoy, 78 años después, en un barrio de Burgos el pueblo se rebela. El cuerpo
social de este país revienta por las costuras harto de corrupción, de
injusticia, de desesperanza ante la implacable radiografía: el espectro
político desde la izquierda a la derecha, tocado de escándalos y abusos; el
Estado de bienestar en derribo (la sanidad, la educación, la dependencia); el
paro, imparable; España, malbaratada a los inversores extranjeros; y la
Monarquía, supuesto garante y árbitro más allá de las contingencias sociales y políticas,
afectada igualmente por la metástasis.
Los
políticos, mientras tanto, tratando de ocultar con eufemismos la realidad: para
hacer “sostenible” el Estado de bienestar, lo desmantelan. A la emigración de
la generación mejor preparada la llaman “movilidad exterior”. Pero el pueblo,
que no es tonto y siempre habló en román paladino, ha dicho basta. Ha sucedido
en el barrio de Gamonal en Burgos. Atención, poderosos: este no es un pueblo de
bueyes.
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